martes, 4 de septiembre de 2012

Vestigios de Aria - La última batalla

Los últimos vestigios de Aria empañaban mis sentidos ocultando por completo a la pequeña Eire con sus jirones de niebla espesa.

Aria me acompañaba, me perseguía, como un fantasma, con su cara pálida semi transparente, enfadada y orgullosa, con la frente bien alta y los ojos llenos de lágrimas contenidas.

Acusándome y atormentándome. Y yo... la dejaba estar... Y a altas horas de la noche, a veces, incluso apartaba los cobertores para hacerle un hueco un mi lecho, entre mis cálidos brazos, tan solo para sentir su fría indiferencia.

En muchos aspectos la echaba de menos y por eso me dejaba llevar y me permitía sumirme en la melancolía traída por esas visiones distorsionadas en las que de pronto, mágicamente, cualquier tiempo pasado se convierte en algo bello y comienzas a añorar incluso tus peores pesadillas. Por ese tapiz creado por la distancia que te hace olvidar que lo que ahora recuerdas no es más que un juego de sombras, reflejos oscuros, imprecisos y deformados de lo que realmente existió.

Y esas sombras bailaban para mí día y noche susurrándome...

Que tal vez Aria no había sido tan mala... Tal vez yo había sido demasiado intransigente... Tal vez pudiese venir a jugar con Eire y conmigo... Tal vez...

Como Penélope, pasaba las horas trenzando y entretejiendo los pedazos de vapor una y otra vez hasta crear tupidas mantas bajo las que, sepultada hasta las cejas, Eire se asfixiaba.

Comenzó a sentirse arrinconada, incapaz de ver el azul del cielo o sentir la sempiterna brisa dublinense acariciando su tez mientras la neblina seguía creciendo e invadiéndolo todo... Incluso sus pequeños y delicados pulmones, tan hechos al aire puro.

Como no podía respirar, comenzó a toser y toser, intentando febril desembarazarse de la bruma, revolviéndose y luchando por recuperar una simple bocanada de aire. Y al ver a la dulce y tierna Eire encabritada... Me asusté... ¿Siempre había sido así? ¿Se estaba convirtiendo Eire en Aria? ¿Era mi influencia la que las transformaba en esos seres? ¿Era yo?...

Sumida en mis pensamientos, me ahogaba en un océano de dudas y culpas cuando, con un ataque de furia arrebatado de los más profundos abismos, Aria ¡saltó!

No me dio tiempo a reaccionar antes de que su primer puñetazo me impactase en el pecho, dejando mi maltrecho corazón destrozado, y, antes de retirarse, con un coletazo como un látigo me lanzase contra el suelo, magullándome todo el cuerpo y dejando un fino surco morado en mi mejilla.

Me lleve la mano a la cara. El aire olía a metal. No hacía falta un espejo para sentir la sangre, que brotaba de mis heridas y resbalaba por mi mejilla ayudada por las lágrimas.

El mundo se volvió púrpura ante mis ojos, transformado en ira, en dolor, en frustración, decepción. RABIA. Agotamiento...

Desde en el fondo de mi alma se desató una tormenta y un grito embravecido desgarró en mil pedazos el cielo carmesí: "¡VETE! ¡VETE Y NO VUELVAS! ¡NUNCA! ¡JAMÁS!".

El tiempo se detuvo...

...Y la niebla... estalló, transparente y frágil, como una pompa de jabón, disipándose en el aire.

Resollando, me dejé caer de nuevo al suelo, retorciéndome con el con el dolor mientras un calambre recorría mi espina dorsal en el momento en que mi espalda tocaba de nuevo la piedra que conformaba la muralla del río. Cerré los ojos...

El cielo ya no era púrpura... Si no negro. De un negro denso y aterciopelado desprovisto de cualquier tonalidad o color...

"Al principio siempre está oscuro", recordé...

...Y por primera vez en mucho tiempo sentí las caricias del sol...

Un destello de luz se abrió ferozmente paso a través de la oscuridad inundando el espacio con oros y platas.

Allí estaba... ¿Había estado allí todo ese tiempo? Cálida, brillante... Suave...

...Como la mano celta que tiraba de mí con cariño y me decía: "Venga, Ire, vamos a jugar...".



jueves, 5 de julio de 2012

Aria

Aria no era ni tan mala como parecía... ni tan buena.

Era una de esas niñas introvertidas y caprichosas que se enfurruñan cuando las cosas no son exactamente como ellas quieren o como se esperan.

Una de estas pequeñas a las que a veces querrías estampar contra una pared y tienes que repetirte a ti misma que no es culpa suya, que la culpa es de quien las ha educado así.

Aria no había crecido jugando con los demás niños... Era hija única y provenía de una familia con bastante dinero a la que no le gustaba la idea de que su niña pudiera coger influencias de los otros niños. Aria era especial. Única. Y querían que lo siguiera siendo.

Y por eso Aria creció sin tener la oportunidad de aprender a relacionarse.
Paseaba sola, por los inmensos terrenos de sus mansiones, escondiéndose en la sombra de los álamos, intentando en todo momento mantener el nacarado de su blanca piel. Y leía. Y escribía. Y volvía a pasear. Siempre por los mismos sitios...

Y con el tiempo, sin darse cuenta, poco a poco, fue automatizando sus paseos. 500 pasos hacia delante, 50 pasos a la derecha, "Hola, hermoso clavel", 100 pasos más al frente, "Buenos días, señor sauce", 40 pasos a la izquierda, "Linda mañana, riachuelo".

Siempre la misma rutina, siempre las mismas cosas. Y aunque eran cosas preciosas, con el tiempo se acostumbró tanto a verlas, que los saludos desaparecieron y solo quedaron los pasos... Esa secuencia lógica de movimientos que un día habían sido su forma de diversión y que, por definición, seguían siéndolo llenaban sus días uno tras otro.

Supongo que no es de extrañar que el descubrirme de pronto en medio de sus terrenos le resultase cuan menos inquietante. Un desasosiego lleno de recelo surgió dentro de ella.

¿Quién era yo? ¿Qué hacía allí? ¿Iba a destrozar sus cosas?

Llegada a cierta edad (mental, que no física) es mucho más difícil aprender a compartir o, en general, cambiar tu punto de vista sobre las cosas. Y tiene sentido que a Aria le costase mucho asimilar ese cambio. Incluso a día de hoy, puedo decir que aún no lo asimiló de todo.

La primera vez que me encontró, hecha un ovillo durmiendo plácidamente (agotada tras el viaje), bajo su sauce, Aria se enfureció. "¡Fuera! ¡Fuera! ¡Que alguien la saque de aquí!", gritaba. Y puedo asegurar que tanto sus padres como sus criados pusieron todo su empeño en deshacerse de mí.

Pero yo, persitente y cabezota, como la mayoría de los niños, seguía en mi sitio aunque a veces los ojos se me llenasen de lagrimones o sollozase que no era justo y que yo solo quería jugar con ella...

No sé si era justo. Supongo que para ella tampoco era justo...

El caso es que allí me quedé. Y aunque durante mucho tiempo Aria fruncía el ceño cada vez que pasaba por mi lado hasta el punto de casi incorporarlo a su rutina, poco a poco lo automatizó tanto que ya casi ni le molestaba mi presencia.

Y un día, un día que ya ni recuerdo, me atreví:

- ¡Buenos días!
- Buenos días, señor sauce... ¡Oh! -se sobresaltó Aria. En un gesto automático se cubrió la boca con ambas manos y echó a correr para su casa.

Bueno, no estaba mal... Al menos, me había dicho "hola"... Equivocada y había salido huyendo, pero me había dicho "hola". Ese día me decidí:"Al final, conseguiré que seamos amigas".

Y puedo asegurar que desde entonces me esforcé en conseguirlo. A veces iba mejor y a veces iba peor. A veces yo le ponía más ganas y a veces me enfurruñaba y pasaba de ella cuando caminaba por mi lado. Era díficil, muy difícil. ¡Éramos tan diferentes! Pero a veces, más de las que podía parecer, nos sonreíamos y entonces el sol parecía brillar e incluso alguna vez me cogía de la mano para enseñarme algunos de los maravillosos rincones que su ruta diaria recorría, pero que ella ya apenas reconocía. Se podría decir que en realidad fui yo en realidad la que se los descubrió a ella, aunque fue ella la que me los enseñó a mí.

Poco a poco, compartió conmigo sus aguas... 


Sus piedras...


 E incluso sus noches...




... Cuando le dije que me iba Aria se enfadó mucho. Muchísimo. Y volvió a gritar "¡Fuera, fuera! ¡Largo de aquí!". Y esa vez, sí me fui... La dejé allí, en su jardines llenos de tesoros escondidos que pasan desapercibidos para el ojo mecánico. Odiándome como siempre y como nunca. Maldiciendo el momento en que reconoció mi presencia. Y empujándome por el camino mientras ordenaba a sus criados que cerrasen todas las puertas para que yo no pudiera salir. Que hicieran lo imposible por no liberarme, porque me quedase algo pendiente, porque tuviera que volver...

Fue difícil escurrirme y desembarazarme de los criados. Y algunas de sus maldiciones, todavía colean y me acechan desde la distancia... ¡Y yo también me enfadé! Me enfadé y rugí y con los ojos empañados en lágrimas le grité que siempre había sido una malcriada estúpida y que ¡hala! ¿No quería fuera de jardín desde el primer día? ¡Pues ya estaba! ¡Ya me iba!

En el fondo me marché triste, sabiendo que perdía algo... Que me había dado una parte de su existencia y que yo misma había dejado una parte en ella... En cada uno de esos rincones...

Y cuando por fin se disipó el enfado y volvieron los recuerdos, todos ellos, con su esplendor y con sus nubarrones, desde la distancia... Supe que necesitaba escribirle este cuento...

¿Qué necesitas?

No es que la lluvia la hubiera pillado de improviso, en ese lugar la lluvia ya no tenía que avisarse para que la esperasen, pero aún así, cuando el cielo comenzó de pronto a deshacerse en pedazos líquidos, Ire decidió que era mejor refugiarse en un portal hasta que al cielo se le pasase el berrinche repentino y se tranquilizase.
Quiso la suerte, ¿o tal vez se fijó ella?, que el portal estuviera lleno de carteles de esos que con muchos colores anuncian desde que se busca cantante a que se ofrece bajista. Y entre ellos, allí estaba aquel cartel:


TAKE WHAT YOU NEED



Coge lo que necesites... Lo volvió a leer. Creía recordar haberlo visto antes en algún otro lugar de la ciudad, pero completamente vacío. El cartel solo ponía eso: "Take what you need", coge lo que necesites... Y a continuación salían de él una de esas miles de patitas de papel que suelen estar llenas de números pero que, en este caso, se llenaban de letras preciosas que formaban palabras como "Amistad", "Trabajo", "Respeto", "Salud", "Confianza"...

Coge lo que necesites...

Sus ojos se pasearon una vez más entre las letras, intentando rellenar con su imaginación los huecos que habían dejado ya otras personas afortunadas mientras pensaba e intentaba decidir qué era lo que ella necesitaba.

De pronto lo vio y su pequeña mano se abalanzó a toda velocidad sobre el cachito de papel.

SUNSHINE

Rayos de sol. Apretó el papel, con fuerza pero con cuidado y lo escondió en el bolsillo junto a su corazón en el que llevaba también la insignia de sus tierras.

Rayos de sol. Se dio la vuelta. Había escampado. El cielo era de nuevo azul y las nubes volvían a ser corderitos de esponjoso algodón. Sonrió y saltó a la calle agradeciendo con toda su alma a la persona que tuvo la maravillosa idea de dejar allí escondidos unos poquitos rayos de sol para ella.















jueves, 21 de junio de 2012

El paseo de Alicia

Como soy un poco Alicia, a pesar del sueño en el que me habían sumido mis quehaceres (en este caso el trabajo y no las horas de clase de historia), en mi camino a casa me fui dejando a llevar por mis ansias exploratorias y mis deseos de ir “solo un poquito más allá”. Cada parada de bus me llevaba semi hipnotizada hasta la siguiente (“tal vez de camino...”) buscando qué se yo... Seguramente por eso no pude resistirme cuando vi este cartel:



Fue la zanahoria la que despertó mi curiosidad (aunque una voz en mi cabeza me repetía una y otra vez que el nombre sonaba sospechoso...) y, desoyendo la enseñanza de las ostras, decidí seguirla a ver a quién pertenecía...

Nada más doblar la esquina me encontré con una callecita peatonal y estrecha que se escondía del resto del universo entre sus dos paredes y cual no sería mi asombro al encontrarme de frente con la mismísima Sombrera Loca.

Durante un tiempo, permití que mis ojos y mi fantasía vagasen disfrutando de sus chifladuras y guiños así como de los juegos y contrastes que creaba con sus compañeras, la extravagante pájara dodo, la vaporosa flamenca roja y, por qué no, la desconcertante muñeca rusa.




Pero pronto el ruido de bandejas, tazas y teteras me recordó que hacía mucho que había comido y que ya era la hora del té, así que retomé mi camino hacia la Reina de las Tartaletas donde todo estaba cuidadosamente preparado para las más deliciosas fiestas de no cumpleaños que puedas imaginar.



Eso sí, como yo soy una buena Alicia pero también una chica muy poco convencional, preferí decantarme por la sopa de champiñones, saboreando a cada cucharada como los de un lado me hacían crecer y los del otro más pequeña ;)

Ya con la pancita llena, y medio bostezando, decidí volver al camino principal antes de que apareciese la Reina no sin antes despedirme de la Sombrera y sus locas amigas.

Camino al autobús todavía encontré algunos otros lugares fascinantes, pero, a decir verdad, estaba demasiado cansada en ese momento para meterme en una de Hansel y Gretel...



Quizás otro día... ;)



P.D. Por supuesto, de regreso no pude evitar pasar por el jardín de rosas y otras delicias ;)



sábado, 9 de junio de 2012

Descubriendo a Eire

Eire me recibió con los brazos abiertos, vestida de gala, de verde y azul. La vi desde el mismo avión, extendiendo su hermosa falda con sus ribetes de espuma sonriendo al sol. "Bienvenida de vuelta" me decía, "ya me tardabas".

Y era verdad, ya le tardaba... Un año entero...

Una vez en el pasado, Eire me había invitado a venir a verla y mis ansias aventureras y yo no pudimos evitar aceptar la invitación. A los cinco minutos de estar jugando con ella, su simpatía y naturalidad ya me habían encandilado. Eire vibraba con el sonido de la música en cada uno de sus rincones mientras saltaba por las calles de piedra,  se retocaba el pelo reflejada en sus ríos o se escondía en alguna de sus iglesias.

Y no paraba, incluso cuando paraba, no paraba. Incluso cuando era calma, era alegría.

Recuerdo que me invitó a desayunar crêpes de jamón y queso ("¡sin sirope de arce, por favor!") una mañana algo lluviosa después de una noche infinita llena de música y danzas y que, aunque no lo fueran, a mí en ese momento, en su compañía, me parecieron los más deliciosos del mundo.

Recuerdo que me hizo sentir en casa desde el primer momento, y que cuando cogí el avión de vuelta, ya me moría de ganas de volverla a ver...

Recuerdo que le grité desde el avión, "¡Fue un placer conocerte!" y cuando ya estaba en el aire agitó su faldón con gracia diciéndome: "Vuelve pronto... Aún te queda tanto de mí por descubrir...".